Trabajo específicamente en ayudar a las personas a elevar su nivel de conciencia, todo para que lleguen donde quieren llegar y se conviertan en las personas que quieren ser. Lo hago de distintas formas, como dando charlas y conferencias, entrenando equipos de trabajo, escribiendo temas de desarrollo personal o simplemente conversando con la gente. Cuando converso con ellos, me gusta formular preguntas simples y casi siempre tropiezo con algo: la mayoría, sin importar la edad, condición o necesidad, desconocen qué tienen, con qué cuentan, en quiénes quieren convertirse y por qué desean hacerlo.
Cuando les pregunto ¿Cuál es tu aporte único? ¿Qué tienes que nadie más tiene?, la mayoría tardan en responder con un “no sé”, “no estoy seguro”, “no tengo idea”, “creía que, pero…”. Todas estas respuestas desembocan en un lugar que se llama “desconocimiento”.
Tristemente, gran parte de la gente piensa que la respuesta a esas preguntas debe abarcar características sobrenaturales o cosas excepcionales. Hoy quiero contarles que no es así, porque Dios —para las personas que somos de fe en Él— hace sus más grandes obras a través de gente aparentemente débil.
Recuerdo la historia de Moisés. ¡Caramba!, qué hombrecito para no darse cuenta con lo que contaba: tenía una educación egipcia, puso en movimiento al éxodo y registró los Diez Mandamientos. No obstante, la primera reacción que tuvo ante su designación fue: “¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua”.
Moisés, como algunos de nosotros, no podía mantenerse alejado de los problemas. Cuando surgía un conflicto, siempre se las arreglaba para estar cerca. La reacción era su acción favorita. Con el paso de los años no dejó de reaccionar, pero sí aprendió a hacerlo de la manera correcta. Se dio cuenta de que el verdadero liderazgo requería reacción, pero una que esté sincronizada a la obediencia a su Dios.
En Moisés vemos una personalidad sobresaliente que ha sido usada tal cual era, Dios no le dio nuevas habilidades ni fortalezas, sólo tomó las que tenía hasta que pudiera encajar en su propósito. Que a propósito —con la disculpa de la redundancia— me encanta ayudar a las personas a tratar de encontrar el suyo también.
Si bien es cierto que Moisés no pudo entrar a la tierra prometida, pues él mismo se descalificó para hacerlo, lo que nos muestra es que la grandeza personal no hace inmune a una persona de cometer errores o de enfrentarse a sus consecuencias. No obstante, pienso que aprendió la lección.
Si volvería a tener un encuentro con Dios, tal vez no proponga convertirse en otra persona, sino, le diría aquí estoy con mis propias habilidades, talentos, fortalezas ¿cómo puedo usarlas mejor para tu fin?
Recuerdo la primera vez que pensé acerca de lo que yo tenía para ofrecer, sinceramente no vi mucho, es más sigo sin verlo; no obstante, hay algo que aprendí en el camino al igual que Moisés y es que, cualquier cosa, por más poca que parezca, siempre será un buen inicio.
La próxima vez que yo converse con alguien y le formule esas dos preguntas: ¿Cuál es tu aporte único? ¿Qué tienes que nadie más tiene?, me va a hacer muy feliz que me responda que accionará desde donde está y con lo que tiene. Habiendo entendido que es todo lo que necesitamos para dar el primer paso, que suele ser el más corto, el más difícil y el más determinante para no quedarnos como estamos ni donde estamos.