Encontrar solución a los problemas a veces se torna en un problema mayor dada nuestra incapacidad de concentrarnos en las soluciones. Los problemas son parte de nuestra vida y no siempre son tan malos como nos los presentaron, ellos permiten cierto tipo de crecimiento, nos ayudan a madurar, a comprender lo que antes sólo entendíamos, a leer la realidad con otros lentes, a conocer gente linda dispuesta a ayudarnos o caso contrario, nos brindan la oportunidad de poder hacerlo con otros… en fin, nos desafían para medir hasta dónde llegamos y darnos cuenta de qué estamos hechos. Hay problemas legales que demandan la atención de un abogado; las enfermedades provocan otro tipo de ellos y lo resuelven los médicos; si el auto los presenta, está el mecánico para resolverlos; parece ser que cada uno de nosotros nos convertimos en la solución del problema del otro y eso nos hace sentirnos útiles, nos permite experimentar la grata sensación de estar contribuyendo.
En esta línea, vale mencionar que también existen otras situaciones donde no podemos delegar la responsabilidad para que otro lo solucione pues demanda nuestra propia intervención, competencia, decisión, voluntad y fe. Es entonces donde nos confrontamos con los valores y principios inculcados en nuestra niñez que empiezan a tomar forma, sentido y mayor significado: “anímate y esfuérzate y manos a la obra” (1 Cr. 20:28); en otras palabras, pon en ejercicio tu voluntad (anímate), tienes habilidades (esfuérzate) y actúa con buena actitud (manos a la obra). En estas situaciones, donde nos percatamos que nadie nos puede ayudar, los problemas se convierten en puentes intercesores hacia Dios y el descubrimiento de nuestra fragilidad se constituye en nuestra mayor fortaleza.
Hay “casos y casos”…; como también hay “cosas” que nos enceguecen y no nos permiten ver que el problema no es tan grande como parece, ¿cuántas veces nos hemos ahogado en un vaso de agua?; otras, nos ensordecen pues la bulla de lo urgente no nos permite escuchar a lo importante y cuando nos damos cuenta ya no somos los de antes; algunas otras nos engañan, pues si hay algo realmente riesgoso es la interpretación desmesurada de la información recibida que lejos de formarnos en la mayoría de los casos nos deforma, en otras palabras, creemos que nos estamos formando por el fácil acceso a la in – formación.
Hay “cosas y cosas”…como hay “casos y casos”.
Cuando decidimos leer en lugar de suponer; cuando recibimos la respuesta esperada porque supimos formular la pregunta correcta; cuando miramos la grandeza de Dios antes que el tamaño del problema; cuando el amor, gozo, paz, vida eterna, salud, amistad, compañerismo, sinceridad, honestidad, fidelidad dejan de ser sólo palabras; cuando la tristeza del otro me invade y comprendo el significado de “sobrellevad los unos las cargas de los otros”, cuando los “casos” dejan de serlos porque algunas “cosas” han cambiado, entonces, nos damos cuenta que casi todo es otra cosa.