Eres una basura

Qué difícil escribir este título: “Eres una basura”, me provoca desprecio, dolor y tristeza; por qué no decirlo también enojo, a ratos ira con tintes de cólera, siento que es una invitación directa a generar violencia dentro o fuera de uno; dentro, cuando “solo” la pensamos y la sentimos; fuera, cuando nos defendemos y reaccionamos. Ambas muy dañinas. Si me provoca todo esto, se preguntarán, ¿por qué lo estoy escribiendo? Pues lo hago en nombre de quien no puede hacerlo. De aquella persona que me pidió hablar por ella. Una mujer…¡sí, una mujer! como tú y como yo, o tal vez como tu esposa o tu hija,  como tu madre o también como tu abuela.

Una mujer que no tiene el aliento para demostrar lo contrario, que en realidad no tendría que mostrar evidencia, pues es suficiente con que ella lo sepa, y así creerlo; sin embargo, las palabras calan el alma, lastiman el corazón y confunden la mente.  No era primera vez que lo escuchaba. Ella optó por el silencio, decidió no contestar. Al principio no la entendí, ¿cómo alguien podría quedarse callada cuando le dicen que es una escoria? Luego de escucharla, la comprendí.  No sólo había perdido el aliento, al parecer también la esperanza.  

Ese silencio gritaba que no quería discutir con él, pues con ello solo sentaba precedente de defensa a su favor; y eso ya no le importaba. Parece ser que comprendió que quien se lo dijo dejó correr la lengua más rápido que la inteligencia. Y, en ese caso, el problema era de quien hablaba y no así de quien escuchaba. Eso me pareció sabio, pues todos sabemos lo que significa atizar el fuego con más leña. Desde ya “la blanda respuesta aplaca la ira” y esto, lejos de ser señal de debilidad, denota fortaleza inquebrantable, dominio propio, interés en ser mejor, pues ¿para qué rebajarse? cuando hoy el desafío es tratar de mover a las personas a un nivel más alto y con el perdón de la redundancia, a todo nivel: intelectual, emocional, personal, familiar, profesional, laboral, económico y espiritual.  Con eso creo que ya se tiene suficiente trabajo como para buscar uno más, rebajarse significaría perder fuerzas, desgastarse, ponerse a su altura y contestar con un improperio tanto o más dañino que el que recibió.

Pasé un buen tiempo con ella, escuchándola con mucha atención, traté de que no cayera a tierra ninguna de sus palabras, pues las emitía con el corazón en la mano y con lágrimas en el rostro.  Se me vino a la mente Lemuel, un rey cuya identidad está en juicio, algunos dicen que era otro nombre de Salomón, pero eso ahora no me importa, lo cierto es que este hombre recibió las sabias enseñanzas de su madre quien le dijo:  “Abre tu boca por el mudo, en el juicio de todos los desvalidos.  Abre tu boca, juzga con justicia y defiende la causa del pobre y del menesteroso”. Dicho de otra manera era:

“Levanta la voz por los que no tienen voz; defiende a los indefensos; abre tu boca por los derechos de todos los desdichados”… “habla en defensa de los derechos de los desposeídos, haz  justicia y defiende a los necesitados”. Todo esto está escrito en Proverbios 31:8-9.

Esta mujer mostró no solo su vulnerabilidad al hablar conmigo y pedirme que me convierta en su voz, mostró también necesidad de ser escuchada, valentía al exponerse y aunque la esperanza parecía haberla abandonado, prevaleció su enorme amor propio –autoestima–. Después del 9 venía el 10 y ahí Lemuel hizo una pregunta: “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?”, el rey describió características que esta amiga poseía y lo sabía. ¡No era una basura! Y tampoco era su responsabilidad ser hallada.

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