Tener aliento

Los lunes en la mañana están destinados dentro de mi agenda rutinaria a sentarme a pensar frente a la computadora sorbiendo poco a poco un humeante café con leche que atrevidamente insinúa ser el único inspirador de mis escritos.  

Lo cierto es que le atribuyo razón siempre y cuando lo beba después de consultar a Dios qué teclas presionar y qué frases construir.  

Confieso que este artículo no está siendo escrito en lunes, sino en domingo, tampoco en la mañana, sino en la noche y no lo estoy haciendo con la inspiración única de mi infaltable café y la previa consulta al Señor, pues hoy por primera vez le pregunté a mi esposo, ¿de qué quieres que escriba?, me miró con asombro y me dijo de eso yo no sé mucho, pero si quieres un tema, sin dudarlo expresó, escribe de la vida. ¿De la vida? —le dije yo— Sí, de la vida, el tiempo de pandemia me ha hecho ver lo vulnerables que somos, aprendí a valorarla mucho más, a valorar el tiempo, el espacio y la familia. ¿Qué es la vida?, le pregunté y me contestó, estar vivo… tener aliento.  Se paró y se fue.

Es así que me quedé a solas con mi café y Dios pensando en lo último que me dijo… tener aliento.

Cavilé que definitivamente de manera muy simple y sencilla como él es, me recordó una verdad muy compleja y difícil de entender para muchos entendidos que no quieren entenderla: los seres humanos somos tripartitos, tenemos espíritu, alma y cuerpo.  Mucho sabemos del cuerpo y otro tanto del alma, pero del espíritu no así y justamente ahí es donde está el aliento; ese hálito de vida que al principio de todo Dios sopló en el hombre para que tenga vida. Ese espíritu es la parte más interna de nuestro ser, es justamente lo que nos hace conscientes de Dios y nos conecta con Él. 

No menos importante es el alma, pues es la que nos relaciona con nosotros mismos, aquí se originan nuestros pensamientos (razonamientos), las emociones y la voluntad. Esta es la que vive o muere cuando el cuerpo ya no está. 

Y, finalmente, el cuerpo al que tanto culto se le hace, es la parte visible que nos contiene y que se deteriora con el paso de los años. De todas maneras, muy útil para el fin y también valioso, pues para los que somos personas de fe sabemos que se convierte en el templo que alberga al Espíritu de Dios.

Conocer cada una de las áreas de nosotros mismos es necesario para poder crecer y desarrollarnos, alcanzar nuestro propósito y vivir en plenitud. Esto es ejercer control sobre lo que pensamos, sentimos y creemos porque esto se ve manifestado en acciones. Lo que pienso, siento (aunque algunos sostienen que los sentimientos determinan los pensamientos), irrelevante el orden en este momento, solo que quede clara la conexión entre ambos. Esa unión determinará las creencias y, finalmente, lo que creemos, hacemos y esto se ve manifestado a través del cuerpo.  Las creencias determinan mis acciones. En resumen, todo lo que manifestamos en el exterior con nuestras acciones es fruto de lo que sucede en nuestro interior.

Las creencias fueron afectadas después de la pandemia, muchos se replantearon sus vidas y llegaron a distintas conclusiones, algunas correctas y otras no tanto. Una vez leí que existen razonamientos correctos, pero que nos llevan a conclusiones incorrectas porque la premisa inicial es equivocada.

Hoy me quedo con la conclusión de mi esposo sin lugar a dudas: la vida es estar vivo… tener aliento; aire que se respira y se expulsa, tan aparentemente simple, pero al mismo tiempo tan complejo que justamente eso hace que nos convirtamos en seres vivientes conectados a Dios.

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