Reunión en el Club del Arte de la Lectura y el Buen Pensar, espacio donde nos juntamos a conversar sobre un capítulo de mi último libro “Cuatro minutos conmigo…El poder de la pausa”. Llega el que desea hacerlo, sin previo aviso, sin compromiso, sin invitación; conforme van llegando, nos vamos saludando; algunos se conocen, otros se re-conocen, a otros los presento y no falta quien se presenta a todos incluso a mí. La conversación previa antes de entrar a tema giró en torno al nuevo “outfit” —el barbijo—: “con ellos ahora ya no nos reconocemos” decía una; “me cuesta darme cuenta a quien saludo”, decía otra; el último comentario fue el de Jovanka Rojas: “con el uso de los barbijos, estamos aprendiendo a vernos a los ojos…”. ¡Wow!, hizo que abra los míos por la veracidad de sus palabras, admito que me costó enfocarme en lo que teníamos que hablar, sus palabras no dejaron de rondar mi cabeza por los próximos minutos, cuánta verdad existente en esas siete palabras.
Si bien es cierto, muchos no lo hacen por timidez o por falta de autoconfianza; otros lo hacen con motivos intencionales de muestras de atracción, dominio o amenaza. No falta quien está ensayando sonreír con ellos y otros hasta a conversar en silencio. Mirar a los ojos es un acto que activa partes del cerebro que son buenas para comunicarse y pensar en cómo la otra persona percibe el mundo.
Estos dos factores nos vinculan a los demás y son esenciales para activar la empatía; es decir, nos mueve a participar en la realidad de otra persona a partir de los afectos, tal vez no podamos sentir lo que la otra persona siente, pero con seguridad nos esforzaremos por comprender lo que siente.
¿Qué dicen los ojos?…muchos creen que ellos nunca mienten. Parecería que al verlos con atención descubriríamos cuando tienen cosas nuevas que contarnos o si ven los nuestros los haríamos hablar con mayor precisión.
Los ojos son el espejo del alma y nos delatan, reflejan nuestros miedos y nuestras emociones más ocultas; también nuestro ánimo, ilusión, alegría o satisfacción por la vida. La mirada es tan poderosa que a través de ella podríamos adentrarnos en los pensamientos de la otra persona. No importa cuál sea la situación, mirar a los ojos hoy es la mejor opción de conexión, de empatía y de respeto.
¡Sí!, de r-e-s-p-e-t-o, debemos respectar (quiere decir, volver a mirar con detenimiento). Prestar atención a lo que estamos viendo y así poder diferenciar las distintas miradas. Muchas miradas pertenecen a personas simplemente distraídas, esas llegan acompañadas de disculpas y risas, con una actitud sincera e inofensiva. En la mayoría de los casos están seguidas de un silencio cómplice que avala su inocencia.
Otras son miradas evasivas que insinúan confusión y desconfianza, dicen por ahí que quien evade algo oculta, tal vez un temor o una vergüenza. Desviar la mirada puede ser señal de alerta, es la primera reacción inconsciente de incomodidad, ¿qué pasa? O ¿qué pasó?, se puede estar ocultando algo o quizás solo encubriendo un enojo profundo o una injusticia.
También encontramos miradas de súplica, aquellas que irradian dolor, desesperanza, desaliento, miradas perdidas y párpados pesados, posiblemente llamados de “mírame, te necesito”, “estoy aquí aunque no lo notes”, “por favor, esfuérzate en comprenderme”.
Aprendiendo a vernos a los ojos creamos oportunidades de dar o recibir ayuda, el hacerlo nos impulsará a actuar al respecto y no seguir mirando a otro lugar fingiendo que nada está sucediendo.